dilluns, 20 de desembre del 2010

Fluorescentes 2: Ella


¿Pero por qué me siento obligada a seguirlo? ¿No te das cuenta que no podemos hacer nada? Hay almas extraviadas que se empeñan en no seguir ni siquiera un camino propio. No puedes estar continuamente esperando que alguien te indique el camino. Eso es muy egoísta. ¿Para qué coño hemos entrado aquí? Yo tenía entendido que tú eras de los que se lo acaba todo sin decirle nada a nadie. ¿O a caso lo has hecho para comprobar alguna estúpida teoría masculina? No sé con qué clase de seres del género femenino te has relacionado, pero yo vomitaría si las conociera seguro. Lo más gracioso es que no te queda nada. Y tampoco quieres nada de lo mío. Pero bueno, tú ya estás convencido de antemano. No estas probando nada, simplemente estás reafirmando un sentimiento subjetivamente. Diría que deberías ser un poco más empírico pero no me apetece ponerme a dar explicaciones a gente que no las merece. Ya me pinto yo, ya me lo hago yo. Y tú, mirada errante, deja de estar nervioso. Puedo oler tu miedo y la rabia que sientes por mí ahora mismo. Es asqueroso. Salgamos de aquí cuanto antes. No me obligues a levantarte la cara para que me mires los ojos. Porque sé que sólo así te perderás en tu propia desolación. Cuando te des cuenta de que a quién miras, el objeto de tu rabia, no soy yo. Eres tú mismo. Asimilalo, no eres el centro del universo de nadie más que tú. Empieza a ser consecuente con ello.

Fluorescentes 1: Él


El reflejo de los fluorescentes reflejaba sobre los azulejos. Le venían a la memoria imágenes contradictorias. Escenas que no tenían sentido. Cierto que hasta esa luz hacía que la viera más bella. ¿Se podía? Sí, lo acababa de descubrir. Pero no estaba allí para mirarla. Buscó y rebuscó en su cartera, tanteando el tacto del plástico, intentando escucharlo. No estaba. La última imagen que le vino a la cabeza en aquel instante. Se lo había acabado, horas antes. Ni siquiera lo recordaba. Tarde. La miró. Apoyada en la puerta miraba hacía los tubos fluorescentes entrecerrando un poco los ojos exageradamente maquillados de negro. Lo miró de reojo. "Bueno, no pasa nada, tengo lo mío.¿Quieres?". Negó con la cabeza sin poder mirarla a los ojos, usurpando reflejos de su alrededor, con la vista extraviándose cada vez en un punto de la estancia. Cuan estraño había acabado siendo aquel momento. Ni una palabra, ni un aliento. Sólo quería salir de allí. Ya se sabía de memoria aquellos azulejos. Ni una palabra.